PRAM!!! Un hombre y su sombrero salieron despedidos por el aire golpeando a su pasó la puerta del bar donde se encontraban bebiendo un trago y jugando a las cartas. Los ojos de todos aquellos que se encontraban cerca del bar se centraron en él debido al estruendo provocado. El tipo yacía de espaldas sobre el arenoso piso y comenzaba a quejarse del dolor que sentía. Era un individuo más bien delgado pero bastante alto, estaba golpeado en la cara y cubierto por el polvo, era un forastero al que se le había visto tres o cuatro veces en los últimos años en el pueblo, siempre acompañado de otro personaje algo más bajo y regordete, nadie sabía su nombre.
Apresuradamente salió otro hombre del bar, este sí por sus propios medios y con el sombrero sobre la cabeza. Él sí era familiar para los ojos de quienes presenciaban el espectáculo, era Ted “The Hammer” Nugent, un criador de caballos más amargo que la hiel, y que nunca había desenfundado su arma sin poner la bala en su objetivo.
Con el ceño muy fruncido, cómo siempre, pero voz calmada dijo: “Ya sabía que nadie gana de esa manera limpiamente. Esta es la última vez que robas… que me robas”. La expresión en los ojos del forastero dejo ver que aquellas palabras le habían pegado en el pecho como los golpes recibidos. Su trampa había sido descubierta al dejar caer tres de las cartas que guardaba en un bolsillo de su chaqueta y le cobrarían caro, al estilo del oeste. “Has ganado todo el día, en algún momento tenías que perder”
Con una voz agitada y dolorida comenzaron a oírse súplicas, peticiones de perdón y lamentos. Fueron en vano y nadie los apoyo. A nadie le agradaba especialmente, siempre había sido altanero con la gente del pueblo y ya se sospechaba de su deshonestidad. Además aunque no era un matón se sabía que cuando Ted sacaba su arma nada podía disuadirlo de guardarla sin disparar.
De pronto el adolorido hombre recordó algo que había hablado una noche con Stevie Ray, su eterno compañero de viajes, sobre una situación así. Si alguno de los dos se encontraba en peligro el otro sacaría de alguna manera el arma que llevaban guardada en uno de los estuches de la mercancía que vendían y acabaría con el agresor. Era su última esperanza.
Con tono de resignación y pena se dirigió a Ted, que estaba cargando las balas de su pistola: “Ya sé qué me espera… sólo pido, como último deseo, que me permitas oír la música que toca mi amigo mientras muero”. “Cómo quieras, pero no creo que alcances a oír mucho”. Rápidamente buscó con la mirada en la multitud y vio a Stevie Ray, quien se abrió pasó hasta su caballo prieto azabache y agarró un estuche mediano, entonces le dijo con cierta inflexión en la voz que quería recordarle lo que habían hablado aquella vez: “Stevie, hazlo como me lo prometiste”.
Su amigo lo miró con preocupación pero a la vez con extrañeza, desconcertado, no entendía el tono en su voz ni la petición que le hacía a su asesino, el tiempo, el licor y el nerviosismo del momento le habían borrado todo recuerdo de aquella promesa.
Se sintió morir, ahora el pánico sí se apoderaba completamente de él, Stevie ni siquiera había tomado el estuche que escondía el arma, realmente iba a tocar… tan sólo a tocar pensó.
“Apresúrate”, Stevie descargó la maleta y sacó de ella un artefacto hecho de madera y metal nunca antes visto por persona alguna de aquel pueblo y lo colocó en su boca. Ted ya tenía el arma cargada y apuntaba hacía su amigo, tan sólo esperaba oír algunas notas para enviar la bala.
El pueblo entero estaba expectante, sólo restaban algunos segundos para que todo acabará de la manera como se sabía iba a acabar. Un silencio casi total pareció reinar por un segundo. Todos esperaban el ruido del disparo.
Fue otro el sonido que comenzó a inundar aquel momento. Mientras su compañero esperaba lo peor de rodillas en el suelo y el criador apuntaba, Stevie había comenzado a tocar. Aunque estaba asustado y no era un experto iba a darlo todo para despedir a su amigo.
Las notas empezaron a llenar el lugar que el silencio ocupaba y se abrieron paso hasta los oídos del forastero, de Ted, de todos los presente. Ningún ruido las interrumpía aún.
Ted continuaba apuntando a su blanco, con la mano firme y los ojos fijos. “Está alargando su agonía” pensaban todos. La melodía seguía y seguía, notas, frases, compases.
Algunos comenzaron a lucir confundidos, la espera era muy larga y la muerte no llegaba.
De repente, Ted bajó el arma, se acercó al hombre arrodillado y tomó un fajo de billetes de su chaqueta. “Se ha hecho tarde… Lo siento, pero no puedo quedarme más” dijo con el ceño un poco menos fruncido de lo normal. Subió a su caballo y trotó rumbo a su morada. Inmediatamente Stevie tomó a su amigo y galoparon en dirección contraria, nunca volvieron a este pueblo. La multitud se dispersó en medio de los murmullos.
Nunca nadie lo supo ni lo preguntó, pero aquel día Ted sintió algo que nunca había sentido. Parecido a la felicidad, al amor, a la excitación, a aquella vez que había ayudado a dar a luz a su yegua en medio de la montaña, era algo que le había recordado lo que era cuando joven y lo que quería de la vida. Lo había movido la música.
Proyecto para elabrorar en Pedagogía II
Hace 16 años
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